Hacerse querer (artículo)

 Ni integración ni asimilación. Para el nativo como para el inmigrante nos tendría de bastar con respetar y hacernos querer, con querer y hacernos respetar, que no es poco. El que respeta no necesita siquiera tolerar. Los ciudadanos del común tenemos que estar por encima de las políticas asimiladoras de nuestros “representantes” civiles y religiosos, disfrazadas de integradoras. Las personas que anhelamos la igualdad llevada a su expresión real no podemos vivir al  albur de las políticas que con el pretexto de la integración nos llevan a la homogeneización cultural, al desarraigo de nuestros inmigrantes y a la desaparición de numerosas culturas. Y en ello todos salimos perdiendo, que nadie lo dude. Si los ciudadanos justos de cualquier parte no andamos listos, de repente llevaremos todos vaqueros, mascaremos chicle y comeremos hamburguesas. Yo apuesto inequívocamente por la diversidad. Anhelo que el planeta sea de nadie, o de todos los seres vivos. Lo que es bueno para mí ha de ser bueno para mi vecino. Soy vasco. Vivo en Euskadi. Y entiendo que los inmigrantes han de respetar nuestras leyes y nuestra cultura como nosotros hemos de respetar la suya. ¿Entonces? Yo que aspiro a la igualdad con todos los seres humanos, algo me queda cojo. ¿Dónde queda mi respeto a sus derechos más allá de las fronteras? No me queda otra. Si realmente quiero extender el concepto “igualdad” a todos los géneros, culturas y edades, si realmente soy coherente con el principio de que la tierra es de quien la trabaja mientras la trabaja, he de buscar cuáles son los derechos humanos de mi vecino inmigrante, esa ley que en conciencia debiera ir muy por encima y muy por delante de las leyes civiles que supuestamente nos hemos dado en esta democracia. Me ocuparé en saber cuál es y no esperaré a que lo haga él conmigo. ¿Generosidad? ¿Inteligencia? ¿Pragmatismo? Llámele como usted quiera. Y me mojaré algo más. Como ciudadano vasco me haré respetar y respetaré al vasco que no se sienta de igual manera. Y especialmente me haré querer por los inmigrantes si pretendo que los nuevos vascos, con rostros muy diferentes a los actuales, guarden nuestra cultura en un futuro que ya ha comenzado. Si me sintiera español, lo mismo sería. Sin duda, respetaría y me haría querer por los vascos. Si fuera palestino, respetaría y me haría querer por los israelíes. (Estoy seguro de que, de un modo u otro, hallaría la manera de hacerme querer incluso por ellos, sin bajarme los pantalones). Si fuera musulmán me haría querer por aquellos a los que llamaría infieles. Si fuera tibetano me haría querer por los chinos como lo hace el Dalai Lama, muy por delante de la venganza improductiva que practica su enemigo. Ejemplos, mil. Pero hay que estar por encima de los ejemplos. Las personas de todas partes hemos de derribar las fronteras de los prejuicios y globalizar la justicia más allá de los tribunales internacionales, presentes y futuros. Para los justos de cualquier parte no hay otra alternativa. Yo me tengo por un hombre justo. En cualquier lugar del mundo exijo respeto del mismo modo que respeto. Y hago caso omiso de los clérigos fanáticos, como de los políticos cortoplacistas. Ambos sacan jugosas rentas de la xenofobia, la intolerancia y el racismo.

Los ciudadanos de cualquier nación, tengamos o no papeles, hemos de saber que está en nuestras manos hacer iguales a nuestros semejantes.    

~ por Iñaki Etxebarria en 12, marzo 2009.